miércoles, 2 de septiembre de 2009

Editorial 16

Posta del día.
Contra el totalitarismo del odio,
No hay más que el totalitarismo del amor
Y aquel que camina una sola legua sin amor,
Camina amortajado hacia su propio funeral”
Walt Whitman, poeta norteamericano


Reflexión.

La señora había pasado los 80. Físicamente fuerte, no había tenido mayores problemas de salud.
Aquel día, cuando comenzó con lo de “No tengo hambre” “Como este poquito y nada más”, los reclamos de los familiares no pasaron de aquello de “Comé vieja, te vas a debilitar. Hacé el esfuerzo”.

Al mes aparecieron otros síntomas que la familia no podía manejar.
Recurrieron a una pareja vecina, amigos. Ambos médicos, quienes pidieron ver los exámenes clínicos de la enferma, Doña Asunción.
Se los trajeron. Los profesionales los examinaron, auscultaron a la enferma y acordaron que había que internarla de urgencia.

El médico y la médica usaron sus influencias para que, en pocas horas, el Hospital Privado local dispusiera de una habitación y prepararan todo para operar a Doña Asunción.
Los familiares confiaban en la pareja, pero estaban alarmados por la velocidad de los acontecimientos.
“Si lo hacemos ahora, tenemos muchas probabilidades de superar este momento. Excepto que ocurra algo raro, lo aseguramos” dijeron la doctora y el doctor.

Al terminar la cirugía, los familiares recibieron el mensaje “Hay que esperar 48 horas para ver como evoluciona. La operación fue excelente, clínicamente todo en orden”

Apenas habían pasado las primeras 24 horas cuando la paciente pidió hablar con sus hijos e hijas, yernos y nueras, y si fuera posible con sus nietos y nietas mayores.
Así se hizo, con cuidado pues estaba convaleciente.
La médica y el médico siempre rondando en esas visitas, aunque intentando pasar desapercibidos, casi invisibles.

Terminadas las conversaciones de la familia,
Se veían todos contentos y contentas, menos los profesionales.
Éstos fueron francos con los familiares:
“Clínicamente todo anda bien. Físicamente está para la recuperación total, pero…”
“¿Pero qué?”, dijeron los familiares.
“Doña Asunción no quiere vivir, es decir, quiere morirse” sentenciaron los médicos amigos.

Los ojos sorprendidos e incrédulos de la familia de Doña Asunción merecieron una ampliación de la noticia que acababan de recibir:
“Suele ocurrir,-dijeron los profesionales-, que el paciente se entrega a la muerte y allí nosotros ya no podemos hacer nada”
Todos hicieron silencio.
Las caras que tenían enfrente expresaban
que no entendían bien lo que ocurría.
“Lamentablemente, es así como les decimos”, enfatizaron los diligentes profesionales, “Y nosotros no tenemos armas para luchar contra la voluntad del paciente” repitieron ambos doctores.

Ocho días después fallecía Doña Asunción…

El matrimonio de médicos que vivían casa por medio con la de la occisa, fueron escuchas impensados de las deliberaciones y peleas de los hijos, hijas, yernos, nueras y nietos mayores de Doña Asunción.
No tuvieron que hacer demasiados esfuerzos para descubrir el egoísmo familiar, ya que la fallecida dejaba una herencia económicamente interesante, pero además, percibieron que la mujer hacía tiempo que había decretado su muerte.

Su tendencia a vivir aislada se había acentuado al fallecer su esposo, quince años atrás. Atrincherada en su departamento, la única forma que tenía alguien para verla era visitándola.
Desde allí tramaba divisiones familiares, actitud que se vio favorecida cuando pasó a vivir con una de sus hijas.
Hábil, entrenada en esos turbios manejos, triunfó consiguiendo enfrentar a todos y a todas.
Su mecanismo de vida con su hija y su yerno, con los cuales vivía, mantenía su patrón de conducta: Los maltrataba y se aislaba.
Siempre rechazó el cariño sincero de muchos y muchas. Apenas guardó la relación con alguna amistad juvenil que, según les pareció al médico y a la médica, se mantenía por la paciencia de esas amistades y….gracias a que vivían lejos geográficamente.

Ahora, Doña Asunción se cansó de vivir como muerta.
Aprovechó la circunstancia para adoptar el final físico como su cubículo para siempre.
No quería vivir más su muerte en vida.
Contra eso, la medicina y los profesionales nada pueden hacer.
La decisión del corazón manda sobre el movimiento del cuerpo.

Resulta ilustrativa la actitud de Jesús con algunos enfermos que se acercaban a él para ser curados.
Les preguntaba “¿Querés ser curado?”
Uno relee esos pasajes y se dice: “Pero vamos Jesucito, si vienen a vos para que los cures”, pero claro, aquel tipo sabía bastante sobre la interioridad humana.

Hay quienes se solazan en sus enfermedades, en sus problemas.
Utilizan la lengua para decir que quieren ser sanados,
pero en el corazón no lo quieren.
Se acomodan a ese estilo de existencia inventando excusas.
Fabrican peleas familiares que los mantienen en el centro de atención y, sobre todo, los esconden de enfrentar la vida tal cual es: Amplia. Abierta. Creativa.
Hermosa para vivir.

Su actitud es un reflejo de aquella frase de Jesús:
“Tiran la perla de gran precio a los cerdos”.
La vida vivida con ropas viejas, deshilachadas, donde corre el vino agrio de la amargura.

La existencia humana pasa sus facturas.
Un día encuentran la ocasión, dicen no doy más y se dejan morir.
Es decir, le colocan el sello final a su estilo de ser muertos que aparentan vivir y que ya no tienen más hilo para seguir hilvanando sus tramas.

Como contracara de esto tenemos las palabras de Jesús cuando dice que vino para darnos vida.
Un estilo de andar que vale la pena.
Con sentido.
Apelando a lo más intimo de nuestras existencias
Abriendo los graneros donde escondemos nuestro valioso trigo
con el cual podemos amasar el pan de la vida.

La decisión para vivir es hoy.
Si no la tomamos, seamos conscientes que seguimos en la otra:
la de ser muertos en vida.
Es apretar el gatillo del revólver del cual sale la bala, lentamente,
hasta que un día la recibimos en la cabeza
para que el final físico certifique lo que ya estaba resuelto previamente:
La muerte real. La muerte espiritual. La muerte del alma.

Como sucedió con Doña Asunción
Tal vez Ud. se pregunte lo mismo que yo:
“¿Entonces ella se suicidó?”
Tal vez…o quizás no…

Interesante es pensar que puede haber
muchas respuestas a este interrogante
Como con muchos interrogantes que nos hacemos a diario
Interrogantes para compartir, conversar y reflexionar,
Esto es algo que podemos y deberíamos hacer entre todos y todas:
Reflexionar en compañía.

Desde la Iglesia Metodista de la calle Belgrano al 300,
en Bahía Blanca,
te proponemos que nos juntemos y que lo hagamos
Que…
“Pensemos juntos la vida”

Postal Final.
“El que escucha lo que enseño y hace lo que yo digo, es como una persona precavida que construyó su casa sobre piedra firme. Vino la lluvia y el agua de los ríos subió mucho, y el viento sopló con fuerza contra la casa. Pero la casa no se cayó porque estaba construida sobre piedra firme.
Pero el que escucha lo que yo enseño y no hace lo que yo digo, es como una persona tonta que construyó su casa sobre la arena. Vino la lluvia y el agua de los ríos subió mucho, y el viento sopló con fuerza contra la casa. Y la casa se cayó y quedó totalmente destruida.”

Jesús, al final del capítulo siete del Evangelio de Mateo, en la Biblia.

Anibal Sicardi
Correción: Rubén Ash
03 de septiembre de 2009

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