Arrojar la capa y pegar el salto.
Algún día se tendrá en cuenta la calidad literaria de los escritores de la Biblia. Han producido relatos que aún hoy son una pinturita.
Uno de ellos es el que leímos el domingo pasado en la mayoría de las iglesias del país, tanto católicas romanas como protestantes, ya que tenemos lecturas bíblicas comunes.
Se trata de un pasaje del evangelio de Marcos en el capítulo 10, que describe lo que le ocurrió a un ciego, Bartimeo, en su encuentro con Jesús y del que algo comentamos en el programa del jueves pasado.
Dada su condición física, Bartimeo pedía limosnas en el camino que salía de Jericó cuando se entera de que Jesús andaba por allí. Entonces comenzó a gritar: “Hijo de David, ten misericordia de mi”. Muchos de los que estaban allí le pidieron que se callara, que se comportara respetuosamente.
Una escena parecida a ésta hemos visto en otra oportunidad en el relato bíblico cuando unos pibes y pibas se acercaron a Jesús y los discípulos pretendieron apartarlos.
En una y otra ocasión el intento fue aislar a Jesús, especialmente de los que tenían problemas físicos, -por lo que eran excluidos-, y de los niños, que no eran considerados personas hasta que no tuviesen la edad establecida para ser incorporados a la comunidad.
Jesús no anda con esas. Tiene una actitud totalmente distinta.
Inclusiva. Compasiva.
El escritor la describe de un sólo plumazo. Evade explicaciones anexas, como informar que iba caminando u otras obviedades. Conciso dice, por ejemplo, en el caso del ciego: “Jesús se detuvo”, y agrega: “pidió que llamaran al que gritaba”.
El Maestro facilita el trámite. No hay agenda anticipada ni sala de espera. Tampoco intermediarios.
El ciego no lo puede creer. Le tienen que repetir: “No tengas miedo. Jesús te llama”. Aún así desconfía.
Claro, que alguien como el que llamaban Mesías lo quisiera ver no se podía creer así nomás. Temía que tal vez le estuvieran haciendo una broma. O que quizás lo llevaban para apalearlo. “Hoy en día no se puede confiar en nadie”, habrá pensado.
Ante la insistencia, y la esperanza de estar cerca del Señor, los temores se esfuman y la alegría del invidente es incontenible. Tira su capa y pega un salto.
Entendamos que la capa era un elemento vital en aquellos tiempos. Cuando un prestamista cobraba la deuda de alguien y le sacaba todo, incluida la capa, tenía la obligación legal de devolvérsela al atardecer, porque el deudor debía usarla durante de la noche.
La capa, quizás la única posesión del ciego, ante la posibilidad de acercarse al Señor, va a parar vaya a saber adonde.
Ahora Bartimeo está frente a Jesús. Cara a cara. Las fronteras sociales se derrumbaron. Volaron como la capa.
El ciego se planta delante de Jesús.
Quizás esperaba alguna pregunta clásica sobre sus creencias.
Si sabía algo de quien era él. En una de esas le pedía que orase alguna oración de esas que se repiten en el Templo. Todo ese bagaje de idas y vueltas que usamos habitualmente cuando nos confrontamos con otra persona. Hay que saber con quien hablamos. Con quien nos juntamos.
Pero no. Se sorprende.
Jesús le dice una sola cosa: “¿Qué quieres que haga por ti?”
Genio el escritor. Pero más genio aún el protagonista pues esa pregunta ilumina quien es él, Jesús.
No es un legislador que trae la Ley para arrojársela en la cabeza.
No es un religioso que pregunta si ora o si lee el libro sagrado.
Menos aún interrogarlo acerca de si trae algo de dinero. No.
Este caminante de la vida sólo pregunta: “¿Que necesitás?”.
Por supuesto, ni lerdo ni perezoso, el ciego contesta: “Quiero ver”.
Brillante el registro del relator.
Con un verbo y un sustantivo le pone contenido a ese deseo de Bartimeo cuando gritaba: “Ten misericordia de mí”.
Jesús, práctico, directo, no apela a ritos, ni ceremonias, ni movimientos mágicos.
Utiliza la palabra diciéndole: “Podés irte, estás sano porque confiaste en Dios”.
La cosa podría haber terminado ahí, pero el escritor descubre otro final: al que hasta ese momento no veía, no le cae bien en un principio, eso de que ahora se podía ir. ¿Adónde? ¿A sentarse al borde del camino como espectador de la vida? ¿A seguir pidiendo limosna? ¿A seguir manteniendo la imagen de una existencia lastimosa?
No. Para nada. Ahora recuperó la visión. Quiere ser protagonista y no mero espectador de la vida. Quiere mantener la alegría y el entusiasmo, por lo que no va a volver a ser especialista en colocar las posaderas sobre la vera del camino y en extender la mano por un poco de dinerillo.
Entonces, sin pedir permiso, ni discutir lo que se le dijo, ni averiguar que cláusulas tenía que respetar, decide seguir a Jesús.
El narrador, sin conocer a Borges y sus bien ganados pergaminos literarios, apela a la misma calidad de síntesis y detalla: “el ciego pudo ver de nuevo y siguió a Jesús por el camino”.
Alguien que leyó este relato me comentó: “¿Te diste cuenta lo que quiere decir esa frase?”, sin esperar respuesta, agregó: “El que era no vidente ve en Jesús algo más que un sanador del físico, se le ilumina el entendimiento y descubre que Jesús es sanador de la vida”.
Oportuna reflexión. Así es.
Cuando Jesús toca la vida de una persona, ésta se transforma. Comienza a valorizar su existencia. Ve su entorno de otra forma. Cambia sus prioridades. Entiende que la vida es para ser actor de ella. Tira su capa. Pega un salto. Encuentra lo que buscaba. Le coloca contenido a ese deseo de vivir una vida digna.
Cuando dejamos la ceguera de nuestros miedos y nos atrevemos a ver al Creador cara a cara, el desierto silencioso o el páramo abrumador de nuestras vidas, se transforma en el más maravilloso de los paisajes. La paz y la esperanza comienzan a formar parte del camino. La música de la fe nos acuna y conforta.
¡Arrojemos la capa! ¡Peguemos el salto!
¿Pude transmitirles aquello que les comenté al principio sobre la calidad de los escritores bíblicos?
No se, pero también… ¡Pavada de asesor literario tenían!
Tampoco se si conseguí explicar eso de que hay relatos en la Biblia que son una pinturita…
Acaso me faltaron medios ya que no soy poeta ni literato.
Posiblemente podrían ayudarme si la leemos juntos.
Tal vez Ud. quiera conversar sobre estos temas. O sobre otros. Quizás a vos se te ocurran más opciones de cómo cambiar una existencia de espectadores por una donde seamos actores protagónicos de la vida. Nos gustaría saberlo. Hablemos.
Por eso, desde la Iglesia Metodista de la calle Belgrano al 300, en Bahía Blanca, proponemos que…
“Pensemos juntos la vida”.
Pastor Aníbal Sicardi.
Correcciones: Rubén Ash
29 de Octubre de 2009
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