jueves, 19 de noviembre de 2009

Editorial 27: (19/11/09)

Los muros que siguen firmes.

Hace unos días se recordó la Caída del Muro de Berlín ocurrida en 1989. Hubo grandes festejos en Alemania y en muchos lugares del mundo. No hay porque desmerecer el acontecimiento, pero debe tenerse en cuenta que aún subsisten muchas murallas que separan y distancian a los seres humanos.

Los muros pueden ser de una diversidad infinita de materiales. Pueden estar construidos de hormigón, cemento, acero, pueden poseer rejas, alambrado simple o de púas, etc. Cualquier elemento puede ser utilizado para separar y dividir.

También puede ser una vía de ferrocarril que aparta una zona de otra de un pueblo.

O una calle o avenida, que no tienen ningún elemento de separación visible y sin embargo dividen. Un ejemplo de esto acá en Bahía, es la Av. Colón, donde a la altura de Drago, se hace evidente la diferencia entre quienes compran y/o pasean por la Drago peatonal desde Colón a Donado y los que transitan hacia Moreno o Rondeau.

En las ciudades como la nuestra no hacen falta muros visuales para separar a la gente según el potencial económico. Una cosa es vivir en la avenida Alem y otra en el Noroeste.

También en un mismo barrio, por ejemplo Villa Rosas, donde se plantea la diferencia entre los que viven en la parte interna de la Villa y la de los que están cerca del empedrado.

Por cierto, están los que viven en countries y barrios privados absolutamente aislados del resto. ¿Será sólo por seguridad?

Hmmmm

Pero el divisor “Señor Poder Económico” no es para nada patrimonio exclusivo de nuestra ciudad ni de nuestro país.

En el resto del mundo se yerguen infinitos murallones y tapiales separatistas. Tangibles e intangibles.

Hay muros físicos, visibles, incluidos los que son productos de alguna formación geográfica y los construidos adrede por el hombre.

Recordemos los paredones que pretenden impedir el acceso de mexicanos hacia Estados Unidos o en España para evitar el paso de los nacidos en África.

Hay un muro entre Israel y Palestina. Está construido por paredes de hormigón de ocho metros de altura, con torres de control cada 300 metros, bordeado por zanjas de dos metros de profundidad, alambradas de púas y carreteras.

Construido por Israel, a un costo de un millón de dólares por kilómetro.

La Corte Internacional de Justicia lo condenó como “Muro de la vergüenza”, pero sigue ahí cumpliendo su rol divisorio.

En Bagdad, a contrapelo de sus habitantes, Estados Unidos levantó varios muros para separar las comunidades chiitas de las sunitas.

Arabia Saudí sospecha de los de Yemen del sur, a quienes cataloga como terroristas, y desde 2007 construye un muro de unos cinco mil kilómetros, altamente sofisticado, cuyo valor será de unos diez mil millones de dólares.

Un estudioso del tema, el canadiense Michel Foucher afirma que "Hoy se han endurecido las prácticas fronterizas", y el diario inglés The Guardian sostiene que: "Nunca, desde la Edad Media, ha habido tanta demanda de muros".

A todos estos divisores físicos hay que agregarles aquellos cercos interiores, invisibles, probablemente mucho peores que los primeros: la xenofobia, el racismo, el clasismo, el sexismo y muchos otros “…ismos” apoyados en legislaciones, como las europeas, que rechazan a los inmigrantes africanos, asiáticos, latinoamericanos y a muchos otros más…

Mientras tanto se habla de igualdad, pero la práctica queda lejos de esas declaraciones. Pululan los muros para evitar las relaciones entre unos y otros, unas y otras. Humanos y humanas.

Razón tiene el filósofo Yves Michaud: "Hay gente que no tiene idea de que otra vida sea posible".

A lo que debe agregarse lo de Goethe: “No se puede amar lo que no se conoce”.

Como excusa para la construcción de esas murallas se apela a los argumentos económicos que esconden las sensaciones raciales o de presunta superioridad de raza o de origen.

Para vender la necesidad de las murallas se crean ficticios estilos de vida. Se construye un criterio de felicidad que no satisface a nadie, pero que se mantiene por la creencia de que los muros son necesarios.

Goethe, sabiamente, lo coloca en otro punto de partida. El temor de conocer al otro o la otra, junto a ese miedo: el no querer amar.

Jesús también enfrentó estos problemas.

Cuenta la Biblia que el Israel de entonces despreciaba a los habitantes de Samaria.

Un día, el Mesías, en su camino se encontró con una samaritana.

En vez de ignorarla como era de esperar, conversó con ella.

Al hacerlo, derrumbó dos muros: el de género y el de raza. Habló con una mujer, lo cual estaba prohibido para un Maestro como él y mucho más aún pues ésta era de Samaria.

Los discípulos se quedaron con la boca abierta cuando vieron la escena de su Jefe hablando con una mujer y además samaritana.

La conversación versó sobre situaciones personales de la mujer y desembocó en el problema religioso. La preocupación de la mujer era saber dónde se debía adorar a Dios. El tema es que los judíos insistían en el templo como lugar sacrosanto y ellos tenían otra idea.

Jesús fue lapidario: “Ni lo uno ni lo otro. Para adorar a Dios es bueno hacerlo en cualquier parte”.

Supera la barrera del lugar. Con ello derriba otros dos muros: la del lugar como edificio (Templo) y como espacio geográfico.

Hay otros ejemplos sobre ese estilo de vida que propone Jesús.

El de las relaciones sin prejuicio. Sin fronteras. Sin muros. Propone el vivir cara a cara. Sin tapujos. Sin miedos. Abiertos.

Por supuesto que no es tarea fácil.

Hasta puede ocurrir que cuando nos animamos a experimentar, nos salga mal y quedemos pagando.

Sin embargo, nunca hay que bajar la expectativa.

Si el otro o la otra nos falló, no importa, hay que perseverar. Incluso debemos mirarnos interiormente y preguntarnos: ¿Qué nos falta profundizar, corregir? ¿Qué actitud o palabra pronunciamos que hizo que el otro nos diera la espalda?

Recordemos que la responsabilidad en las relaciones, siempre es compartida.

En el caso de Jesús los discípulos aprendieron después de un largo caminar junto a Él, pero luego, en la historia de estos dos mil y pico de años, la iglesia una y otra vez se convirtió en muro divisor. No menos lo hicieron otras expresiones fe.

Es que las religiones hicieron su aporte, en muchísimas ocasiones, para mantener murallas separadoras de las vidas humanas.

Esas actitudes y palabras de división las hemos heredado e inclusive las hemos considerado necesarias e imprescindibles.

Desandar ese camino es difícil y es necesario tiempo y perseverancia para derribar nuestros propios muros.

Además, hay que convencerse de una vez por todas, que no lo podemos hacer solos ni solas.

Nosotros y nosotras, de la Iglesia Metodista de Belgrano al 300, aquí en Bahía Blanca, estamos convencidos de ello, por eso te proponemos este espacio radial, invitándote a que…

Pensemos Juntos la Vida.


Pastor Aníbal Sicardi

Cporrecciones: Rubén Ash

19 de noviembre de 2009



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