jueves, 5 de noviembre de 2009

Editorial 25: (05/11/09)

La mujer de la joroba.

La reunión no necesitó convocatoria especial pues se llevaba a cabo en el mismo día y horario de todas las semanas. El público se distribuyó de la manera habitual: Los más importantes en los primeros lugares. El resto detrás.

Escondida contra la pared, en la última fila, estaba una señora que jamás perdía una de estas reuniones. Como era su costumbre, se acurrucaba hacia el final del lugar intentando pasar desapercibida y ocultar la joroba que cargaba desde hacía dieciocho años. Encorvada, como si fuese una pasa de uva arrugada, se sentía muy avergonzada por su problema físico.

El orador arrancó con su plática. Era una persona que comenzaba a ser reconocida en todas partes. Todos estaban atentos a sus palabras. En un momento se detuvo y miró a la señora de la joroba. Fue una mirada de largo alcance, no sólo por la distancia, sino por su contenido, por su visión. Una mirada anunciadora, y que permitía vislumbrar que la reunión comenzaría a derivarse sobre carriles no acostumbrados.

La señora se dio cuenta de que el orador la miraba y se sintió incómoda. Se acurrucó aún más, aunque no pudo con la tentación de mirar por el rabillo de sus ojos. Descubrió que poco a poco las cabezas de los presentes se movían clavando los ojos sobre ella.

Nunca había experimentado algo semejante. Asustada se dijo: “Tierra, tragame”, conocedora de las versiones del vecindario afirmando que había sido tomada por algún espíritu maligno que la dejó encorvada.

Miró hacia la puerta de salida. La tenía muy cerca. Comenzó a planear como escurrirse de ese lugar. Estaba en eso, cada vez más chiquita, cuando escuchó que el orador le decía: “Señora, por favor, venga para aquí”.

¡No! ¿Cómo iba a ir al frente de todos? Se quedó pasmada cuando los que estaban a su alrededor, comenzaron a apartarse formando un pasillo para que ella fuera hasta el orador. No sabía qué hacer, pero el escape ya era imposible.

Avanzó. La gibosidad se notaba mucho más que lo habitual porque a cada paso que daba se sentía más pasa de uva, más arrugada.

Joroba en alto. Mirada hacia abajo. Manos escondidas en su pollera. Creía ser el hazmerreír de todos los presentes. Llegó al frente del auditorio. Perturbada. No encontraba el modo de comportarse con todas esas miradas encima de su persona.

El orador se acercó y puso sus manos sobre ella. Por todo su cuerpo sintió correr el cariño que venía de ese hombre. Ya no se sintió objeto de burlas. Los gritos de los chicos: “Cuidado, ahí va la jorobada”, la sorna y el desprecio de los mayores, quedaron de lado. Alguien la quería.

No se recobraba aún de su sorpresa cuando escuchó las palabras del orador: “Señora, queda ahora liberada de su enfermedad”

No discernía si esas palabras eran una broma o eran en serio, cuando percibió que su cuerpo se enderezaba. Su rostro se alzaba cada vez más. De repente se dio cuenta que estaba derecha. A la misma altura que el hombre. Lo miró a los ojos. En ellos descubrió la gran humanidad de ese personaje, al mismo tiempo que corroboraba una vez más que estaba erguida. No necesitó extender sus manos hacia su espalda para saber que la joroba había desaparecido. Sólo se le escapó un: “Gracias a Dios” y al escuchar el sonido de sus propias palabras, se atrevió a repetirlo: “Gracias a Dios. Gracias”.

La mayoría de los presentes se quedaron asombrados y también repetían el “Gracias a Dios”. Sin embargo, algunos de los que estaban en los primeros lugares comenzaron a criticar al personaje de marras.

Decían: “Pero hoy nos reunimos con otro motivo, no para ver como una jorobada se endereza. Esto está fuera de las normas”

El orador les contestó: “Uds. son muy cuidadosos con sus animales, cuando alguno de ellos tiene problemas enseguida salen a solucionarlos, sea el día que sea, ¿Por qué no quieren hacer lo mismo con las personas?”

La inteligencia del orador se muestra con la leve ironía de sus palabras que escondían la verdad conocida por todos. Algo así como: “Les preocupan sus animales pues tienen que ver con sus economías, pero no les interesan las personas necesitadas, como esta señora enferma.”

¿Se imagina de dónde salió esta historia? ¿Adivinó quién es el inteligente orador de mirada de largo alcance y compasión infinita?

Si. Su conclusión es correcta.

Se trata de un relato bíblico sobre la vida de Jesús.

Se encuentra en el evangelio de Lucas en el capítulo trece.

La objeción de los personajes importantes se debía a que el día de la reunión era un sábado y que en ese día no se podía hacer nada de nada, según mandaba la ley.

Jesús les replica que no hacen así con el buey o el asno, pues cuando tienen sed los llevan a tomar agua aún si es sábado. Entonces les preguntó: “¿qué mal hay en sanar en día sábado a esta mujer que hace dieciocho años lleva la carga de la joroba?”

Y no se quedó con eso. En voz alta, para que la audiencia escuchara, agregó: “¿A quién quieren engañar?”

Genial que en la literatura del primer siglo surjan escritos, como este del evangelio, donde los considerados despreciables pasan a ocupar el primer lugar. Un aspecto pasado por alto en muchas oportunidades en el día de hoy y que merece ser rescatado.

Digno de analizar es si esto ocurre porque se trata de literatura considerada religiosa o porque es literatura donde los pobres ocupan el primer lugar de las escenas.

O, tal vez, porque cuando se habla de Jesús ambas cosas son inseparables. Después de todo el mensaje sobre la venida del Mesías nos ilumina sobre esto: vino a rescatar a los irrescatables.

¿Y hoy qué ocurre?

Si, ustedes están en lo correcto, al relacionar esta historia de Jesús con algunos episodios de la vida contemporánea. Aquellos en que algunos dirigentes se ocupan de sus cosas personales y postergan disposiciones que benefician a los y las necesitadas. O comienzan a buscar pretextos para dilatar las decisiones correspondientes cuando alguien propone mejorar la situación de esas personas.

En aquella época fue la excusa religiosa. Ahora son excusas, determinadas reglas de la economía.

En los primeros asientos del poder o de los medios de comunicación están los hombres y mujeres catalogados como los más importantes: Los poderosos. Los famosos. Las famosas.

La mayoría de ellos dispuestos a seguir sólo el orden del día sin lugar a lo humano.

Las demás personas sólo tienen lugar cuando “les crecen las jorobas” y se las coloca en los rincones de los despreciables.

Agobiadas por la presión de cierto estilo de vida, sus espaldas se cargan de tensiones y quedan dobladas, con los ojos hacia el suelo, sin atreverse a mirar la vida cara a cara.

Desmerecidas por el medio ambiente se consideran páramos de la existencia humana.

La joroba es sólo una metáfora. Es un ejemplo físico de la carga. La carga que significan los miedos, las frustraciones, las culpas, la desigualdad, la discriminación, la marginación, la desesperanza y un montón de otros pesos que la sociedad en muchos casos nos imputa o intenta imponer y nos hace que enfrentemos la vida con la mirada hacia el suelo, creyendo que la imagen que refleja la verdad de nuestra interioridad es la de la uva pasa, sin fuerzas ni valor para enderezarnos.

“Gracias a Dios” decía la jorobada en el relato bíblico y Gracias a Dios, Jesús vino para liberarnos de la giba y enderezarnos para mirar y vivir la vida con dignidad de verdaderos hijos de Dios, herederos de su salvación.

Jesús es así. Toca a una persona y la transforma. La libera de su carga.

Estaría bueno analizar como transitamos nuestros días, ¿Con la cabeza gacha o la frente erguida? ¿Cómo uva pasa o como hijos de Dios? ¿Siguiendo las leyes de nuestra conveniencia o dándole prioridad a lo humano y solidario a pesar de los problemas que esto pueda causarnos?

Son asuntos de la vida. Temas para conversar.

Para meditar y reflexionar en compañía.

Por eso, desde la Iglesia Metodista de la calle Belgrano al 300, en Bahía Banca, les proponemos que…

“Pensemos juntos la vida”

Pastor Anibal Sicardi

Correcciones: Rubén Ash

05 de novembre de 2009

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