Encontrarse con la propia historia.
Martín cuenta que un día le prestaron un acordeón y que, al tocarlo, el cuerpo entero le tembló. No entendió el por qué.
Tiempo después supo que el acordeón era un instrumento que su madre tocaba con mucho amor.
Cuando su cuerpo tembló, no lo sabía.
Martín fue criado por una familia que no era la suya.
No conoció a su madre.
Veintinueve años atrás, ésta había ingresado a la triste lista de los y las desaparecidas de la dictadura militar.
Hoy, desde hace menos de un mes, Martín es el nieto recuperado número 98 de las Abuelas de Plaza de Mayo.
Hubo pistas que le hicieron dudar si realmente era parte de la familia donde vivía, hasta que un día, -cuenta el joven-, sintió la necesidad de averiguar por sí mismo cuál era su origen.
La decisión fue personal.
Nadie se lo propuso.
Lo hizo por cuenta propia.
La puesta en práctica la realizó junto a otras personas.
Se acercó al CONADI,
Entre todos lograron reconstruir la historia familiar ignorada por Martín.
Ahora Martín está encontrándose con su familia biológica.
“Me hallé con un montón de primos que se comen las uñas igual que yo”, comenta. Y amplía: “Estoy deslumbrándome, conociéndolos a ellos y conociéndome a mí mismo. Es lindo saber la verdad, convivir con ella y con ellos”.
Para descubrir sus orígenes y así completar su historia, Martín puso en práctica dos decisiones fundamentales:
Una, hizo lugar a sus inquietudes. Quiso saber quién era él en realidad, de dónde venía.
La otra, cambió de escenario. Salió del lugar habitual donde vivía y se movilizó hacia otro espacio: El CONADI, las Abuelas, entre otros sitios de consultas.
El cambio de escenario le permitió tener otra visión sobre los umbrales de su vida, y al conocerlos, pudo completar la historia.
La suya. La real. Con lo bueno y lo malo, las alegrías y las tristezas. Saber la verdad no lo eximió del dolor de los vacíos, pero si de las mentiras y el ocultamiento.
Comprendió que la historia oficial que le habían contado, no era la única ni la verdadera.
Narra
El Maestro quedó tan impresionado que llamó a sus discípulos:
“Eh, Pedro, Juan, Felipe, todos vengan para aquí”.
Ellos se movieron apresuradamente ante su pedido y se acercaron inmediatamente. Se juntaron a su alrededor y Jesús les mostró la escena de la viuda ofrendando lo poco que tenía para vivir exaltando a la mujer como una sincera hacedora de la religiosidad, portadora de la verdadera actitud de vida.
También nos dice el relato bíblico que poco antes, El Mesías había puesto en ridículo a ciertos personajes de entonces.
Cuenta que estos sujetos iban a las plazas y a los mercados con vestimentas costosas para lucirse ante la gente y que, al ofrendar en el Templo, lo hacían con largas oraciones para que todos tuviesen tiempo de ver que daban buena plata.
El problema era que esa gente era promovida por muchos como modelo de lo religioso por su “gran caridad”, “por lo mucho que daban en la ofrenda”, sin importar como se conducían en su vida diaria.
Y esto estaba impreso también en la interioridad de los discípulos. Jesús desnuda a los falsos íconos al denunciarlos como lo que en realidad eran: ladrones que se escondían en lo religioso para robar impunemente.
Para modificar la historia oficial de sus discípulos, El Maestro les cambia el escenario. Toma el control remoto y los pasa del canal de los famosos corruptos al de la sincera actitud religiosa de la viuda.
Y nosotros… ¿Sabemos quiénes somos?
Para contestar a esto podríamos intentar hacer lo que nos mostró Jesús en el pasaje bíblico y que también hizo Martín: Cambiar de escenario. Dejar el cómodo tablado donde nos hemos formado acorde a una determinada historia oficial, para averiguar y construir la verdadera historia. La mía.
Movernos hacia aquellas personas que entiendan si les comentamos que algún hecho de la vida, un detalle, algo aparentemente de poca importancia, nos tocó y nos pasó lo de Martín: “nos tembló el cuerpo”.
También podemos cuestionarnos: ¿Qué actitud tenemos?
¿La de la caridad publicitaria o la de la solidaridad auténtica?
Encontrarnos con nuestra propia historia y responder a estos interrogantes no es algo que podamos hacer solos, o solas.
Necesitamos la visión del otro para que el panorama sea completo. En soledad los resultados son subjetivos, parciales, inconclusos. Juntándonos con otros y otras, en comunidad, probablemente podamos completar algunas respuestas.
Por eso, desde
Pensemos Juntos
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