jueves, 13 de agosto de 2009

Editorial 13

El drama de no poder reconocerse.

Doña Clara vivía en un Hospedaje para Personas Mayores.
Había tenido una vida muy activa, con mucha participación en distintas actividades de bien para la sociedad.

Un grupo de sus amigas la visitaba regularmente.
Entre ellas habían acordado que, en cada visita, le llevarían caramelos o bombones porque a Clara le gustaban mucho.

Comentaban siempre, lo puntillosa que era con esos regalos.
Los recibía, daba las gracias muy sentida, y los guardaba en los bolsillos de sus primorosos vestidos, los que siempre renovaba al recibir a sus queridas compañeras.

Un día, luego de la visita, dos mujeres del personal se acercaron a las amigas de Clara para conversar con ellas.
Les pidieron que no trajeran más caramelos ni bombones.
Ellas preguntaron: “¿Por qué, si a Clara les encantan?”
“Lo sabemos bien”, aclararon.
“Si”, -dijeron las cuidadoras-, “es cierto, y Clara es muy amorosa. Pero quizás Uds. no sepan que ella los guarda”.
“Sí que lo sabemos”, -contestaron al unísono las amigas-, “los coloca en los bolsillos de sus vestidos. Es gentil, educada, no los come delante de nosotras”.

“Justamente, ese es el problema: ¡los come durante la noche!”,
-explicaron las amorosas cuidadoras-, y agregaron:
“Luego de que se van ustedes, los guarda en una caja
y espera a que todas sus compañeras se duerman.
Inmediatamente después los busca y comienza a sacar los papeles conque están envueltos para comérselos. Hace tanto ruido, que no deja dormir a sus compañeras”.
“¿Y si le traen alguna otra cosa que no esté envuelta en papel?”



Más tarde, al conversar entre ellas sobre este asunto de los papeles y de las conductas de Clara propias de su enfermedad, sus amigas recordaron lo que ocurría cada vez que la hija de la señora visitaba a su mamá. Ésta le preguntaba por sus nietitas, a quienes equivocadamente, su hija no quería llevar a la Casa de Hospedaje a visitar a la abuela.
Tras la pregunta, agregaba:
“Cuando estaba en la otra casa, sí que las traías”.

Doña Clara tenía el mal de Alzheimer.
Se olvidaba de algunas cosas, recordaba otras.
Entre ellas algunas costumbres no muy santas,
como la de molestar a otras personas.

Es que el Alzheimer, junto con el deterioro mental,
suele dejar incólumes algunos malos hábitos de las personas.

¿Nunca se preguntó si algunos dirigentes políticos
no padecen este mal?
Hay datos para sospechar que esto es así o muy parecido.
Podríamos llamarlos alzheímicos.
Al alcanzan el poder se olvidan de lo que dijeron en las campañas electorales cuando prometían lo mejor para la población.
Hacen alianzas con otros, de los que, durante el proceso pre-eleccionario, dijeron de todo… Nada bueno, claro está.
Dejan de caminar los barrios.
¿Conversar con la gente? Ni soñar. Ahora están ocupados.
Andaban en mangas de camisa pero ahora se los ve
siempre con el saco y la corbata.
Dejan de sacarse fotos con Don Manuel y Doña Manuela,
para posar con el Presidente tal o la Ministra cual o el Deportista que ganó determinado campeonato.
Dejan de hablar sobre las necesidades de los demás
para pensar sólo en las de ellos.
Cuando protestamos por alguna medida,
nos dicen que no sabemos ni entendemos nada de nada,
cuando antes ponderaban nuestra sabiduría,
y que para eso están ellos y ellas que son los especialistas.
Además nos enrostran, ¡“Si Uds, nos votaron”!

Es cierto que su forma de presentarse, en apariencia,
no es la de los que padecen el mal de Alzheimer.
Parecen sanos. Como cualquiera de nosotros o nosotras.
Sin embargo, recordemos que nadie está exento,
Que las apariencias engañan.
Es una característica de la enfermedad.
No es oro todo lo que reluce.

Por otra parte nos hemos acostumbrados a esa puesta en escena.
Participamos de sus mentiras como si fueran verdades.

Hacen ruidos con los envoltorios de sus caros placeres,
Y nos los muestran por televisión,
Luego no podemos dormir por el ruido de los papeles,
y pensando en como pagar el gas, la luz, el agua…
Hace rato dejamos de lado el sueño de la renovación de la ropa.

Y si algunos nos alertan para que no les demos más caramelos ni bombones, los acusamos de resentidos.

Creemos categóricamente que esa es o debe ser
la realidad de la vida.
Que lo fue en el pasado y lo será en el futuro.
¡Es el sistema!, decimos…
¿Qué sistema? ¿El del Alzheimer?
De tanto vivir con los alzheímicos,
Parecemos habernos transformado en uno más de ellos.

Apelando al lunfardo, podríamos decir que
Jesús fue un tipo muy “avistado” o “avispado”.
Se le registran pocos discursos y mas bien breves.
Le gustaba apelar a las imágenes. A Parábolas.
Utilizar asuntos de la vida diaria para ejemplificar sus enseñanzas.
Cuenta La Biblia que un día, caminando con sus amigos,
se toparon con un grupo de religiosos que, en plena calle,
oraban en voz muy alta para hacer notar que eran muy piadosos.

Jesús los ve y dirigiéndose a sus amigos, les dice:
“No sean como ellos”.
Algo así como: “Ni se les ocurra imitarlos”
La advertencia era tanto por la exterioridad: mandarse la parte,
como por la interioridad: ser alzheímicos.

Es que una cosa es que nos alcance el mal del Alzheimer, deterioro de las células del cerebro, una cuestión biológica, y otra cosa es el Alzheimer del espíritu, de la interioridad de la vida.

Para el mal biológico se está buscando una cura. Seguramente que se encontrará. Está en manos de los científicos.

Para el mal del espíritu la cura está en nosotros mismos, en vos y en mí. Reconocer este estado en cada uno y en cada una.

De parte nuestra, de la Iglesia Metodista,
la propuesta es acercarse a Jesús.
Aquel que le sacó la careta a los alzheímicos, el que quiere renovar nuestras vidas y apuesta a un mundo distinto.

Tal vez no lo creas o lo dudes,
tal vez tengas otra opinión…
bueno, por eso te proponemos que…
Pensemos juntos la vida.


Anibal Sicardi
Corrección Rubén Ash
Jueves 13 de agosto de 2009.

No hay comentarios:

Publicar un comentario