jueves, 28 de mayo de 2009

Editorial 03

Dos miradas.

Los medios no pudieron eludir la noticia.
Una argentina llegó a la cumbre del Everest.
La heroína fue Mercedes "Tety" Sahores.
Treinta y cuatro años.
Patagónica.
Vive en Bariloche.

El domingo 24 las iglesias cristianas recordaron la Ascensión de Jesús.
Una antigua festividad que rescata la separación total de la vida terrena de Jesús.

El relato más detallado se encuentra en los Hechos de los Apóstoles.
En el estilo narrativo de ese tiempo, se describe a Jesús ascendiendo y los discípulos preguntándole para cuando será la restauración del Reino de Dios.
La interrogación coincide con mitos griegos que detallan lo que hacen los dioses.

Jesús les contesta que eso no es un tema de ellos sino de Dios.
Jesús desautoriza la costumbre de ocuparse de lo que ocurre en el supuesto recinto de los dioses y apela para que sus seguidores entiendan la realidad que viven.
El se va.
Ellos quedan en la tierra.

Veamos el eje de la escena.
Los discípulos miran hacia arriba.
Jesús hacia abajo.
Los discípulos están preocupados por el cielo.
Jesús por lo que acontece en la tierra.

Dos formas de mirar.

La iglesia acepta el desafío.
Trabaja con éxito.
Crece en todas partes.
Así llega al poder.
Hace alianza con el Imperio y ocurre lo que suele ocurrir en esas situaciones.

Poco a poco su lenguaje es más celestial y menos terreno.
Reemplaza la autoridad por el autoritarismo.
Se asigna conocer todas las respuestas.
Autoproclama su señorío sobre la vida y la muerte.

Pierde la huella del conocer y respetar al ser humano.
La mirada de los discípulos prevalece.
Hoy se habla del retorno a la religión.

Gran parte de los discursos religiosos se aprovechan de los miedos humanos.
Las catástrofes ambientales, la enfermedad de la vaca y la gripe del chancho
como consecuencia de la pecaminosidad humana.
Se suben al tren de las nuevas amenazas.
Después de la Segunda Guerra Europea, la del 39, fue el temor a la guerra atómica.
Luego el comunismo.
Hoy el terrorismo.

Todo se expresa en lenguaje apocalíptico.
Hay que volver a Dios para conservar el beneficio del cielo.
Antes del fin, la extremaunción.
Frente a la inseguridad, la vuelta al pasado.

Si seguimos la otra mirada, la de Jesús, el asunto cambia.
Se coincidirá que hay una perdida del sentido de la vida.
Se acordará que existen peligros latentes en el desarrollo científico y tecnológico.
No será desoída la amenaza de la posible pérdida de la identidad, con las modificaciones al código genético.

Jesús no se quedaba en la superficie de las cosas.
Auscultaba la interioridad del ser humano.
Sus fracturas.
Sus dobleces.
Junto a ellas, el poder religioso y comercial de su época que sometía la vida humana al destino manifiesto.

Hoy, esa forma de mirar de Jesús no se detendría ante las amenazas.
Buscaría introducirse en el complejo juego de los factores de poder.
Iluminaría los negociados de la industria farmacéutica internacional.
No despreciaría la posibilidad de que se esté implementando una guerra bacteriológica.
Determinaría que el hambre mundial es por la retención de los alimentos de unos pocos en desmedro de los muchos.
Que las guerras se reinventan para dar cabida a la industria armamentista.


Recuperar esa mirada es un método para ver la nueva cultura en la cual vivimos.
La globalizada.
La desinformada.
La sociedad internacional manejada al estilo de la gran novela de George Orwell , 1984.

Esa mirada descubrirá que las preguntas sobre el cielo son las excusas para eludir los interrogantes de la tierra.

Sin embargo Jesús se encarnó en la vida humana
Los relatos de los evangelios no son sobre la vida celestial de Jesús.
Es sobre la vida terrena.
La de ayer para El.
La de hoy para nosotros.

El panorama actual es complicado.
No es un verde prado sino una gran montaña.
El Everest.
Al que los cristianos y cristianas tienen que ascender.

A ese Everest no se sube solo con buena voluntad.
Hay que comprometer todo el cuerpo.
Conocer el camino.
Los senderos.
Los atajos.

No se puede subir solo.
Hay que ir acompañado.
Compañeros y compañeras donde desaparece las fronteras de los países.
El color de la piel.
El grado de intelectualidad.

Los une el ansia de subir.
El entusiasmo.
El coraje.

Hay que eliminar las excusas que nos dejan en la ladera por miedo a escalar las montañas de la vida.

Es el coraje de ser.
Del sentido de la vida.
De ser hombre.
De ser mujer.
De ser humano.

Esta es la propuesta.
Un desafío que asumimos como integrantes de la Iglesia Metodista de la calle Belgrano al 300, en Bahía Blanca.

Aníbal Sicardi
28 de mayo 2009.
Bahía Blanca.

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